Me acuerdo de los tiempos en que los maniquíes en los mostradores de las tiendas eran simples objetos inexpresivos en posiciones incómodas y antinaturales tratando de crearnos una imágen mental de cómo nos veríamos si compráramos esa ropa.
Es más, al pensar en maniquíes de ventana, la imágen que se me viene a la cabeza es la de los horrendos maniquíes que tienen en la Tienda Simón, en la Avenida Central (al puro frente de La Chola), con sus pelucas resecas y polvosas y sus caras que parecen salidas de cualquier película de horror de los años 80.
Pero parece que la era moderna no deja a nada ni nadie por fuera, y la fascinación por los grandes atributos que azota nuestra "cultura" no se limita a las modelos de pasarela de cantina ni a las estrelliticas que salen en televisión.
Me dió mucha risa encontrarme con este maniquí hace unos días cuyos senos (cada uno de ellos) son literalmente más grandes que su cabeza. Y ciertamente logra su objetivo. No hay persona (especialmente los muchachillos y señores) que no pase frente a esta tienda sin desviar su mirada al escaparate, y no creo que sea precisamente por los llamativos colores de las prendas de vestir.
La ficción y la realidad, definitivamente cada día se parecen más.
Es más, al pensar en maniquíes de ventana, la imágen que se me viene a la cabeza es la de los horrendos maniquíes que tienen en la Tienda Simón, en la Avenida Central (al puro frente de La Chola), con sus pelucas resecas y polvosas y sus caras que parecen salidas de cualquier película de horror de los años 80.
Pero parece que la era moderna no deja a nada ni nadie por fuera, y la fascinación por los grandes atributos que azota nuestra "cultura" no se limita a las modelos de pasarela de cantina ni a las estrelliticas que salen en televisión.
Me dió mucha risa encontrarme con este maniquí hace unos días cuyos senos (cada uno de ellos) son literalmente más grandes que su cabeza. Y ciertamente logra su objetivo. No hay persona (especialmente los muchachillos y señores) que no pase frente a esta tienda sin desviar su mirada al escaparate, y no creo que sea precisamente por los llamativos colores de las prendas de vestir.
La ficción y la realidad, definitivamente cada día se parecen más.